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Los desafíos de criar niños de la tercera cultura

Crecer expatriado puede ser mucho más difícil de lo que parece a simple vista. Por supuesto, depende de muchos factores; en qué país uno vive (y qué tan diferente es respecto al propio), con cuanta frecuencia uno se muda y, sobre todo, qué edad tiene uno al mudarse. Pocos temas han sido considerados con tan escasa atención en la formación de los profesionales del área de Psicología como este y por eso es tan importante difundir esta información: los efectos concretos que conlleva crecer entre mundos.

Por qué crecer entre mundos

Porque cuando uno vive fuera de su país de origen (o el de sus padres) uno vive una cultura en el afuera, en la escuela, la calle, los amigos y otra cultura en casa, puertas adentro. Y puede ser que en esa casa haya una o dos culturas más.

Si bien en el consultorio se trabaja con los adolescentes y niños, a veces se podrían evitar algunas situaciones que los traen a la consulta. Incluso, con pequeños cambios, se podría hacer una gran diferencia.

Sorprende que las primeras investigaciones hayan sido alrededor de 1950 al respecto. Si bien está creciendo la información sobre cómo ayudar a nuestros hijos con la vida expat, aún falta difusión sobre el tema y uno se encuentra en las consultas con padres que no recibieron ningún apoyo o explicación. Lo mismo sucede con muchos profesionales que, al desconocer el tema específico, pueden hacer un diagnóstico errado.

A los fines de este articulo hablaremos de una de las características más relevantes del crecer entre culturas y de cómo podemos ayudarlos a obtener lo mejor de la experiencia internacional.

Los seres humanos somos seres sociales con lo cual nos resulta fundamental poder relacionarnos. Esto parece una obviedad pero para los chicos que crecen expatriados se agrega otro punto más que hace fundamental el tema vincular.

Sentimiento de pertenencia y relaciones

Todos necesitamos sentir que tenemos una identidad; y podemos definir nuestra identidad ya sea por la pertenencia a un lugar geográfico, a una comunidad o cultura o a un grupo o según las relaciones que tenemos. Hasta la preadolescencia el centro de las relaciones del niño son su familia. Por eso, en general, solemos encontrar menos complicaciones con las mudanzas en chicos menores de 11 años. Esto no quiere decir que no los afecte, que no les duela dejar a la familia extendida o a los amigos o maestras o escuela, sino que el factor de trasladarse con sus padres produce un alivio suficiente como para poder sobrellevarlo mejor. Porque a nivel identidad, para decirlo de alguna manera, todavía lo que más pesa es ser parte de la familia.

A rasgos generales, entre los 10 y los 12 años el grupo de pares comienza a tener mayor relevancia en nuestras vidas y es ahí donde vamos a empezar a preguntarnos por nuestros gustos personales, compararnos si somos o no como nuestros padres, etc etc. Sumado a esto, vamos armando nuestra identidad individual y ahora vemos porque el crecer entre mundos empieza a hacer la cuestión un poco más complicada. Si crecimos fuera de nuestro país de origen (o del de nuestros padres) o en varios países, nuestra identidad no va a poder definirse por geografía ni por el ámbito cultural al que pertenecemos (dado que sería una combinación de varios) será, entonces, por las relaciones. Y este es uno de los mayores desafíos que tiene un chico expatriado.

Julieta tiene trece años, ya vivió en cuatro países diferentes pero esta vez, se opone a la mudanza como nunca. Sus padres no entienden que ha sucedido con su suave y simpática hija. En todas las mudanzas anteriores era sumamente colaboradora. Ni bien llegaba hacía fácilmente amistades. Es la primera vez que se queja y hace escenas todos los días al respecto. Julieta está cansada de no tener un lugar de pertenencia, en el último destino logró formar un grupo de pares, se sentía parte de algo y esta vez ya no acepta fácilmente volver al desarraigo. Sus padres esperaban que esta adaptación fuera tan simple como las anteriores pero su edad y los lazos que tuvo que dejar atrás hicieron una gran diferencia.

Carolina tiene once años y vive en el sur de Francia. Se mudó hace apenas dos meses y si bien su lengua materna es el español ella ya hablaba francés fluidamente antes de viajar. Aun así su desempeño escolar bajó muchísimo y está todo el tiempo angustiada. Sus padres consultan preocupados por ella, no pueden entender cómo está pasando esto si ella estaba entusiasmadísima con la mudanza. En el caso de Carolina sucedió que ella estaba acostumbrada a destacar siendo una muy buena compañera, asistiendo y ayudando a sus amigos. Estando en un lugar nuevo donde no sabe cómo funcionan las cosas no sólo no tiene ese rol sino que también perdió su lugar histórico dentro de un grupo y sentir ese vacío de relaciones, le genera una angustia muy grande.

Juan tiene quince años, hace dos que vive en Costa Rica, sus padres creyeron que el colegio internacional iba a ser un buen ámbito para él puesto que sus compañeros iban a entender lo que implicaba mudarse y a colaborar activamente en integrarlo. Pero Juan vive aferrado a su grupo de amigos de México, más allá del tiempo pasado no ha podido integrarse ni desarrollar nuevos lazos. La relación con sus padres va de mal en peor y hace un par de semanas descubrieron que tenía algunos cortes en su piel lo que motivó la consulta. Juan no quiere volver a esforzarse, ya lo hizo en el pasado y ahora siente que fue una traición sacarlo de donde estaba tan bien arraigado y adaptado.

En general los padres se preocupan por sus hijos, buscan una casa lo más cómoda posible, buscan colegios con esmero. A veces se acierta más que otras, pero no es falta de interés el problema. Lo que sí suele faltar son dos cosas;

Una el saber que la identidad de sus hijos se construye a través de las relaciones con pares y, por ende, lo crucial que es encontrar (o ayudarles a encontrar) grupos afines y positivos. Por supuesto esto no es tarea fácil cuando uno no conoce el destino y menos aún con adolescentes. Pero dada la importancia fundamental que tiene esto para su desarrollo bien vale que intentemos por todos los medios: hablar con maestros, profesores, consejeros, probar cuanta actividad extra podamos encontrar. Encontrar alternativas para que socialicen y estar muy atentos a lo que va sucediendo en sus vínculos.

Y la segunda cuestión, no menos importante es acompañarlos en el proceso de duelo. Porque para poder empezar bien, tenemos que hacer un buen cierre. Ellos también están dejando mucho de sí en cada mudanza. Es importante que puedan expresar lo que extrañan, lo que duele, las frustraciones y el desarraigo. No es necesario tener LA solución para esto, más bien con una escucha atenta, interesada y activa podemos ayudar mucho más de lo que imaginamos y, por supuesto, si es mucho para nosotros escucharlos, porque no hay que olvidar que estamos con nuestro propio proceso de duelo. No hay ninguna necesidad de ser un super héroe, ni tampoco de minimizarles lo que nos están contando, en esos casos simplemente se puede pedir ayuda profesional ya sea para poder acompañarlos mejor o para que ellos tengan un espacio propio donde procesar lo que están viviendo.

Paula Vexlir
*Psicóloga del red Eutelmed *
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